La soledad también se hereda

Existen quizás cientos de ejemplos de escritores que han construido un universo literario alrededor de una de sus obras o toda su obra hace parte de un gran mundo imaginado pero consistente. Para solo citar un par de ejemplos, menciono a Gabriel García Márquez y su Macondo, o para hablar de alguien más contemporáneo el Edificio La Gran Vía que aparece como una  constante en buena parte de la producción de Ricardo Silva Romero.

En este mes de marzo, Panamericana Editorial, acaba de publicar "La soledad también se hereda", una antología de cuentos de Gustavo Alvárez Gardeazábal donde se recogen voces que construyen un correlato a esa gran novela que es "Cóndores no entierran todos los días" (1972). Pero no se queda ahí, sino que trasciende para que seamos testigos (muchos años después) de las costumbres de un pueblo y de esas desgarradoras injusticias que ocurrían (ocurren) en la provincia en ese período que casi de manera romántica hemos llamado La Violencia.

La contraportada afirma que el libro reúne "[...] según Gustavo Alvárez Gardeazábal, los cuentos que mas lejos llegaron, los más traducidos y los que más premios han recibido."

De acuerdo a las fechas registradas en el texto, la gran mayoría de los relatos fueron escritos entre finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta y cuenta con títulos muy creativos como "Olían a insecticida gringo", "También abonarás la tierra" y "La soledad también se hereda", que es precisamente la pieza que le presta su nombre a toda la antología. 

Portada de "La soledad también se hereda"
(Panamericana Editorial, 2015)

Sin embargo, para mí, el mejor de todos (coincidencialmente el más extenso) es "La boba y el buda" (1972, Premio Ciudad de Salamanca), en el que Gardeazábal narra la historia de un joven que desde su infancia ha sufrido en secreto bajo el asfixiante régimen de su loca madre junto a su hermana menor que desde antes de nacer venía predestinada para ser diferente. No es difícil rememorar otra novela del autor, "El bazar de los idiotas" (1974) cuando se lee este cuento.

La participación de Gardeazábal en La Luciérnaga lo había convertido en un todopoderoso, su salida del programa no estuvo exenta de polémica, pero en su faceta como escritor nadie puede negar que su pluma vivió mejores tiempos. Su obra hace parte fundamente de la literatura colombiana y "La soledad también se hereda" es una estupenda oportunidad de sumergirse en ese universo tan propio de él, pero que a la vez es fácil reconocer aun en el sur-occidente de este país. 

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